Todos queremos que nuestr@s hij@s confíen en sí mismos y se sientan capaces, seguros, valiosos. Que no se vengan abajo ante una dificultad, que sepan reconocer sus fortalezas y aceptarse tal y como son. Eso es tener una buena autoestima.
Sin embargo, la autoestima no es algo con lo que se nace, sino que se construye. En ese proceso de construcción, la familia juega un papel clave. ¿Cómo los vemos? ¿Cómo hablamos con ell@s? ¿Cómo les enseñamos a verse a sí mismos?
Desde que aprendí que, cuando tus padres creen en ti, tú también lo haces (tanto de niño como de adulto), no he dejado de investigar y de estudiar sobre esto. De hecho, el tema de la autoestima y el autoconcepto en la infancia me interesa tanto que fue sobre lo que hice mi TFM (el trabajo de fin del máster de Orientación Educativa Familiar).
Vamos a ello. Un niño o niña que escucha constantemente «no es para tanto«, «qué torpe eres«, «siempre te equivocas» o «mira a tu hermana, ella sí que lo hace bien«, poco a poco va absorbiendo esos mensajes hasta convertirlos en su voz interna. Con el tiempo, empieza a creer que es demasiado sensible, que no es lo suficientemente bueno o que tiene que compararse con otros para ser valioso.
En cambio, cuando le reflejas su esfuerzo, sus logros, su capacidad de mejorar, estás construyendo una base sólida para su autoconcepto. Un niño que se siente validado, comprendido y apoyado, desarrolla una base interna de seguridad. Aprende que su valor no depende de hacerlo todo bien a la primera, que sus emociones son legítimas y que es capaz de superar los desafíos que la vida le ponga por delante.
El autoconcepto es la idea que tiene de sí mism@.
La autoestima es cómo se siente con esa idea.
Por tanto, si quieres que tus hij@s tengan una autoestima sana, tienes que cuidar la forma en que los ves, hablas de ellos y les ayudas a verse a sí mismos.
Más allá de decirles que son maravillosos, necesitas demostrarles con hechos que son suficientes tal y como son.
Cuando tu hija diga «no puedo hacerlo«, en lugar de apresurarte a ayudarla, puedes devolverle la confianza: «inténtalo a tu manera, yo estoy aquí si necesitas ayuda.» Cuando sienta frustración, en vez de minimizar su emoción, puedes acompañarlo: «veo que esto te ha molestado, es normal sentirse así«. Cuando cometa un error, en vez de señalarlo con juicio, puedes darle otra mirada: «todos nos equivocamos, ¿qué podemos aprender de esto?«.
También influye mucho la manera en la que te hablas a ti misma. Si cada vez que te equivocas dices «qué tonta soy» o «siempre lo hago mal«, tus hijos aprenderán a tratarse con la misma dureza. Pero si te ven decir «uy, me he equivocado, lo intentaré de otra manera«, les estarás mostrando que el error no define su valor.
Al final, lo más importante no es que tus hijos sean los mejores en todo, sino que crezcan con la certeza de que son suficientes, siempre. No por lo que logran, sino por lo que son. Y esa seguridad, esa confianza, empieza en vosotros, su familia.
Porque cuando un niño se siente visto, escuchado y querido sin condiciones, aprende a mirarse a sí mismo con los mismos ojos.
Porque cuando un niño crece sintiéndose suficiente y aprendiendo a confiar en sí mismo, es un niño que caminará por la vida con seguridad, con fuerza y con la certeza de que es valioso, siempre.
Recuerda que todo empieza en casa, con la forma en que les habláis, les miráis y les reflejáis su propio brillo.
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Un abrazo fuerte,
María