El otro día asistí a un webinar de María Soto que me hizo pensar. (Las que me conocéis un poco más ya sabéis que María fue mi maestra y quien me guió en mis inicios en el universo de la Disciplina Positiva).
Hablaba de por qué hay tantas madres y padres que dicen: «a mí la Disciplina Positiva no me funciona«. La razón es que tienen un concepto erróneo de lo que es la Disciplina Positiva, la educación positiva, la educación respetuosa… (todo es lo mismo).
Educar en positivo no quiere decir que todo vaya perfecto (eso no existe en ninguna familia del mundo) sino que todo sume, que todo sea una oportunidad de aprendizaje. Tanto para tus hijos como para ti.
Por ejemplo, si un día les pegas un grito, no te flageles ni te sientas una mala madre, porque de un grito también se pueden aprender muchas cosas. Ellos pueden aprender que quizás no tienen que llevarte tan al límite, que les gusta más cuando les hablas con un tono agradable o que mamá también es humana y se equivoca. Y tú, después de pegar el grito, puedes aprender que quizás necesitas más espacio para ti, que estás agobiada o que te sientes mejor cuando te diriges a ellos con cariño.
¿Qué pasa aquí? Que la educación positiva defiende que equivocarse siempre es positivo, porque nos sirve para seguir intentando mejorar y para seguir adelante. Por eso es importante recordar siempre que, en la educación positiva, todo suma, incluso la situación que te lleva más al límite. Todo sirve.
Nos cuesta muchísimo aceptar esto porque venimos de la educación del «todo así, todo ahora», el conductismo, la educación de los premios, los castigos, las amenazas y el miedo. La educación conductista lo quiere todo para YA y eso es muy peligroso.
¡Ojo con querer resultados tan rápidos! Igual que pasa en la naturaleza con los rayos, los tsunamis, las riadas… en general, lo que va rápido es peligroso. Pues lo mismo ocurre en la educación. El conductismo exige resultados rápidos y la Disciplina Positiva no.
Dicho esto, ¿entonces qué es lo más importante cuando educamos a nuestros hijos? ¿Por qué tenemos que luchar? Por tener una relación con nuestros hijos basada en la comunicación. Hablar mucho con ellos. Explicarles las cosas. Tanto si son pequeños, como más mayores. Cada uno a su nivel, siempre es necesario.
Así que nosotros, los padres y las madres, seamos buenos ídolos, seamos directores de orquesta y aceptemos que, para que nuestros hijos toquen una sinfonía, no hace falta castigarles cada fallo, sino permitirles que tengan tiempo y oportunidades para practicar.
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Son 4h que marcarán un antes y un después en tu familia. Tus hij@s te lo agradecerán.
Un abrazo fuerte,
María