¿Te gustaría que, en unos años, tu hij@ sea inseguro? ¿Y que sea dependiente de los «likes»? ¿Y que tenga una baja autoestima?
Si tu respuesta es «sí», entonces prémiale. Si, en cambio, preferirías que fuera responsable, autónomo y con una buena autoestima, entonces no le premies. Aliéntale, que no es lo mismo.
Alentar y premiar son dos cosas muy diferentes y a veces las confundimos.
Alentar es valorar más el proceso (es decir, lo que se han esforzado) que el resultado (que lo que hagan esté perfecto). Cuando alentamos a nuestros hijos, les estamos transmitiendo que su bienestar no tiene que estar condicionado por lo que piensen los demás, sino por lo que piensen ellos. Son ellos los que tienen que valorarse, no los demás.
¿Por qué son tan tentadores los premios?
Porque, a corto plazo, suelen funcionar, porque tu hijo está contento y tú también, puesto que consigues que haga lo que quieres. Por eso muchas veces no terminamos de entender por qué no debemos recurrir a ellos, no les vemos nada malo. Los premios pueden parecer oro en ciertos momentos, pero en realidad no relucen.
No debemos usarlos porque entonces nuestros hijos se convertirán en adultos inseguros, esperando siempre la palmadita en la espalda de su amigo, de su jefe o de su pareja. Su placer o su felicidad dependerá de factores externos y efímeros, no de ellos mismos. No serán capaces de encontrar la motivación en sus propios logros.
Un niñ@ que ha sido muy premiado, sólo piensa en la recompensa y se convierte en un adicto a la aprobación externa, porque los premios son las chuches del cerebro, son súper adictivos. Además, cuando les premiamos, les estamos condicionando, porque les estamos diciendo que les aceptamos y les queremos «cuando hacen las cosas bien» y esto también es súper perjudicial para su autoestima, porque lo que queremos es que tengan la seguridad de que las madres y los padres les queremos por encima de todo, sin condiciones.
¿Y entonces cómo lo hago para convencerle de que haga algo que necesito? Pues pactando las cosas previamente, dialogando y negociando para llegar a acuerdos. Cuesta más, pero éstas sí que son habilidades que van a serle muy positivas a largo plazo.
Voy a hacer un pequeño inciso: no hace falta que seamos extremistas. Es decir, si un día le compras unos cromos a tu hija porque se ha portado muy bien en el médico, no pasa nada. Es como si un día comemos en McDonalds, no nos va a pasar nada, pero lo que no haremos es comer cada día comida basura. Pues lo mismo. Por un día no pasa nada, pero sin abusar.
Para terminar, me gustaría recordarte que, cuando eduques a tus hij@s, pienses siempre a largo plazo. Es difícil, lo sé, porque somos impacientes por naturaleza, pero es el gran cambio de mirada que debemos hacer.
Si quieres empezar las vacaciones de verano eliminando los premios de tu vida familiar e iniciar este cambio de mirada que te comentaba, te voy a ayudar. Podemos viajar juntas al nuevo mundo en el que descubrirás muchas más herramientas para educarles sintiéndote segura y con confianza.
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Te escucharé y veremos cómo puedo ayudarte.
Un abrazo fuerte,
María