Ayer por la tarde cometí el error de llevar a mis hijos a comprar fruta a las siete de la tarde, cuando ya estaban cansados de todo el día y con ganas de llegar a casa. No tuve tiempo de hacerlo antes de irlos a buscar al cole, así que no había más opción.

La cuestión es que los diez o quince minutos que pasamos en la frutería estuvieron gritando, peleándose, persiguiéndose por los pasillos, a punto de tirar las cajas de fruta… Fue terrorífico, vamos.

¿Y por qué te cuento esto? Pues lo interesante viene ahora: mi reacción y el aprendizaje que sacamos de la situación. Cuando estuvimos en la frutería, les iba diciendo «por favor, parad ya de gritar» o «andad más despacio, que os haréis daño«. Intentando mantener la calma, no levantar la voz, respirando mucho y apretando los puños para ir descargando mi estrés.

¿Qué pasó cuando llegamos a casa? Ellos ya estaban como si nada, súper contentos y felices preguntándome: «mami, ¿jugamos juntos?«. Evidentemente, yo les dije que no, que estaba súper nerviosa y enfadada por el rato que me habían hecho pasar en la frutería y que necesitaba calmarme, porque no me apetecía nada ni jugar con ellos ni hablar con ellos.

Me fui a mi habitación, me tumbé en la cama, apreté bien fuerte la almohada y empecé a patalear, como si tuviera una rabieta, pero en silencio. Un buen rato. Me quedé como nueva y después volví con ellos.

-Mami, ¿ya estás mejor?

– Sí, la verdad es que me ha ido súper bien descargar mis nervios y mi rabia contra la cama.

– Ya, es que eso va muy bien. Yo a veces cuando estoy muy nervioso lo que hago es correr por el pasillo y, si no se me pasa, salto muchas veces.

– Ah, pues yo cojo un lápiz y me pongo a hacer rayas muy fuerte hasta que rompo el papel.

– Claro, cada uno tenemos nuestra forma de calmar nuestro volcán y de dominar nuestra rabia. Os animo a que lo hagáis siempre que lo necesitéis.

Por la noche, cuando ellos ya dormían y yo me puse a pensar en lo que había pasado por la tarde, me di cuenta de que con esa situación ellos habían aprendido algo muy importante: que todos tenemos que encontrar la manera de gestionar nuestras emociones. Mamá también.

Las personas somos seres relacionales, aprendemos desde nuestra relación con los demás. Por ejemplo, aprendemos a andar porque vemos que nuestra madre y nuestro padre andan. Ahí sentimos que nosotros también podemos hacerlo.

Con las emociones pasa lo mismo: necesitamos ver cómo lo hacen los demás (sobre todo nuestras personas de referencia) para ir aprendiendo poco a poco estos mecanismos e ir viendo cómo los incorporamos a nuestra vida. Además, también necesitamos normalizar todas las emociones, porque no hay emociones buenas ni malas. Todas son necesarias.

Nuestr@s hij@s tienen que ver que mamá y papá tienen emociones porque, si no, aprenden las emociones a través de un libro y esto no funciona. Lo que funciona es vivirlas, ser conscientes de cuándo vamos a explotar, darnos cuenta de qué necesitamos para calmarnos.

Si quieres sentirte capaz de acompañar mejor todas las emociones de tus hij@s, sólo necesitas disponer de 4h. Es lo que dura mi curso presencial Familias en Órbita. Si crees que la educación de tus hijos y tu ambiente familiar merecen ese tiempo, apúntate y resérvate una tarde.

Para inscribirte haz clic aquí.

¡Me encantará verte ahí!

Un abrazo fuerte,

María