Si hay algo que todas las madres (y padres) queremos, es que nuestr@s hij@s confíen en nosotros. Que se sientan seguros de contarnos sus problemas, que acudan a nosotros cuando necesiten apoyo y que sepan que somos su refugio, pase lo que pase.
Sin embargo, la confianza no se impone. No basta con decir «puedes contarme lo que sea». La confianza no llega por arte de magia. La confianza se construye día a día, en los pequeños momentos. Y también se puede romper si no la cuidas.
A veces, sin darte cuenta, transmites mensajes que te alejan de tus hij@s:
«Eso no es para tanto» (minimizas sus emociones).
«Hazme caso, yo sé lo que es mejor para ti» (invalidas su criterio).
«Si me lo hubieras dicho antes, esto no habría pasado» (los haces sentir culpables por compartir sus errores).
«Te lo dije» (alardeas de tus aciertos en lugar de acompañarlos en su aprendizaje).
¿Sabes qué pasa cuando reaccionas así? Que tus hijos aprenden que es más seguro callar, ocultar y evadir. Si no quieres que esto pase en la adolescencia, la etapa en la que los problemas pueden ser más graves, tienes que empezar a sembrar ahora que son pequeños.
Si quieres que confíen en ti, demuéstrales que eres un lugar seguro. Ahora quizás estás pensando que eso ya lo saben, pero quizás no siempre actúas y reaccionas de la manera adecuada. La clave es que puedan venir a contarte cualquier cosa sin miedo al juicio, al castigo o a la humillación.
¿Cómo puedes construir esa confianza?
Escucha más de lo que hablas.
A veces quieres enseñar, aconsejar o corregir, pero olvidas lo más importante: escuchar. Muchas veces, lo único que necesitan tus hij@s es sentirse comprendidos.
Valida sus emociones, aunque no las entiendas.
No minimices sus problemas. Para ti, algunas cosas pueden parecer «dramas sin importancia», pero para ellos son reales e importantes. Si tu hijo llora porque se le ha roto un juguete o porque un amigo no ha querido jugar con él, no le digas «no es para tanto«. Para él o ella sí lo es, así que trátalo con respeto. Acompáñalo con un «veo que estás triste, ¿quieres un abrazo?» o «te entiendo, esto da mucha rabia»
Sé su lugar seguro.
Si cada vez que te cuenta algo recibe un sermón, un castigo o un «te lo dije«, aprenderá que no es seguro acudir a ti. Respira antes de reaccionar y enfócate en acompañarlo en lugar de regañarlo.
Admite tus errores.
Si alguna vez reaccionas mal, pide disculpas. «Perdón por gritar antes, estaba muy nerviosa. No ha sido la mejor forma de hablarte«. Esto les enseña que los errores se reparan y que la confianza no significa ser perfectos, sino ser honestos y sinceros.
Pasa tiempo de calidad con ell@s.
La confianza no nace solo en los momentos difíciles. Se fortalece en lo cotidiano: en una charla sin prisas, en un juego compartido, en la rutina de la noche cuando les preguntas cómo ha sido su día. Cuanto más presente estés en su vida diaria, más fácil será que acudan a ti cuando realmente lo necesiten.
Sé su aliada, no su juez.
Cuando tu hij@ se equivoque, pregúntate: ¿cómo me gustaría que me trataran si fuera yo la que se hubiera equivocado? Desde ahí, acompáñalo con empatía y sin humillarlo.
Como ves, construir una relación de confianza con tus hijos no es cuestión de un solo día. Es un trabajo de hormiguita, constante, un espacio que se cultiva con cada conversación, con cada mirada de comprensión, con cada vez que les demuestras que, pase lo que pase, siempre estarás ahí.
Porque, al final, lo más importante no es que te obedezcan. Es que sepan que pueden contar contigo siempre.
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Estaré encantada de acompañarte. La Disciplina Positiva te cambiará la vida, ya verás.
Un abrazo fuerte,
María