Cuando entendí que no podía controlarlo todo, me saqué un buen peso de encima. Por eso hoy quiero que reflexionemos juntas sobre lo que sí que podemos controlar… y lo que no.
Muchas veces la vida se nos llena de exigencias invisibles. De esas que no se dicen en voz alta, pero están ahí. Por ejemplo: Debería tener más paciencia. / No debería estar tan cansada. / Debería hacer más actividades con mis hijos. / Debería disfrutar más las vacaciones. Debería, debería, debería. ¿Te suena? A mí sí.
Pero hoy quiero invitarte a parar y observar con sinceridad todo eso que estás cargando sin darte cuenta. Porque si quieres vivir un verano más tranquilo, con más conexión, necesitas empezar por ti misma.
Dentro de ti, muchas veces, hay una guerra. Una lucha constante con todo lo que no puedes controlar. Por ejemplo: no puedes controlar si tu hijo se va a despertar de buen humor mañana, no puedes controlar si hará calor, si lloverá, si se aburrirá, no puedes controlar sus emociones, no puedes controlar que el plan que habías organizado con ilusión acabe en una discusión. Sin embargo, cada día intentas hacerlo. Y cuando no sale como esperabas, te sientes frustrada, culpable y agotada como si te hubieras equivocado. Pero no, no lo has hecho, lo que pasa es que estás intentando controlar cosas que no están en tus manos.
Así que hoy te propongo un pequeño ejercicio. Nada, te llevará 5 minutos como mucho. Coge un papel y dibuja una línea que lo divida en dos. A un lado, vas a escribir todo lo que no puedes controlar y lo dejarás ahí. Por ejemplo: las emociones de los demás, el clima, el estado de ánimo con el que se despierta cada miembro de tu familia, los imprevistos, los cambios de planes, el cansancio acumulado, lo que piensen los demás, las comparaciones …
Y al otro lado, vas a escribir lo que sí que puedes controlar (o, por lo menos, intentarlo): tu manera de responder, tu tono de voz, tu capacidad de parar, tu forma de pedir ayuda, tu forma de hablarte a ti misma, tu forma de ver la situación, tu forma de cuidar tu energía… Muchas veces no puedes cambiar lo que está pasando, pero sí que puedes es prestar atención a cómo te hablas mientras lo estás viviendo.
Puedes decidir no juzgarte. Puedes recordarte que estás haciéndolo lo mejor que puedes con lo que tienes hoy. Y eso, aunque no lo parezca, es un acto profundo de autocuidado.
¿Y sabes qué más puedes controlar? Tu nivel de exigencia. Muchas veces eres tú misma la que te exiges cosas imposibles. Que estén entretenidos, felices, sin pantallas, que coman saludable, que no discutan, que agradezcan lo que hacemos por ellos…
¿Y si soltaras todo eso un ratito? ¿Y si en vez de intentar tenerlo todo bajo control, te enfocaras en estar presente? En lo que sí está en tu campo de acción. Como respirar, soltar expectativas, mirar con amor en lugar de con exigencia o perdonarte por los días que no puedes más.
El verano trae muchas cosas preciosas, pero también puede traer mucha presión. Y lo más revolucionario que puedes hacer por ti, por tu familia y por tus hijos es no vivirlo desde el “tengo que”, sino desde el “me lo permito”.
Permitirte que no todo salga como esperabas, permitirte no hacer nada, cambiar de opinión, descansar, aunque haya mil cosas por hacer, permitirte equivocarte, ser humana y no una superwoman.
Porque sí, claro que queremos que nuestros hijos tengan un verano súper feliz, pero no olvides que una madre feliz también forma parte de su verano.
Para terminar, me gustaría que te llevaras esta idea contigo: no puedes controlarlo todo y no pasa nada.
Así que la próxima vez que la cabeza empiece a exigirte más, más y más… hazte esta pregunta tan sencilla: ¿esto depende de mí… o no? Si no depende de ti, suéltalo. Y si sí que depende de ti… que lo que hagas nazca desde el amor, no desde la obligación.
Si, después de leer esto, crees que te exiges demasiado y te gustaría aprender a hacerlo de otra manera, reserva una e-reunión gratuita de 15min GRATIS conmigo, te escucharé y te explicaré cómo puedo acompañarte.
Estaré encantada de ayudarte. La Disciplina Positiva te cambiará la vida, ya verás.
Un abrazo fuerte,
María