¿Deseas que tus hij@s sean felices? ¿Que crezcan seguros? ¿Que confíen en sí mismos? Estoy segura de que habrás respondido que sí a las tres preguntas. Ahora bien: ¿también deseas que tus hij@s no sufran? ¿que no fracasen? Ahí la respuesta no es tan fácil…

Si pudieras elegir, seguramente preferirías que tus hijos no sufrieran, que no pasaran por decepciones, que no sintieran la frustración de un fracaso. Porque duele verlos llorar, sentirse inferiores o perder la confianza en sí mismos.

Lo que pasa es que, sin darte cuenta, muchas veces intentas allanarles demasiado el camino. Evitas que sufran, que se equivoquen, que fallen, que exploten y empiecen a gritar. Corres a resolverles los problemas, les das la respuesta antes de que se equivoquen y les proteges de cualquier frustración. Porque verlos sufrir te duele, te remueve, te hace sentir que quizás podrías haberlo evitado.

El problema es que, al hacerlo, les estás robando algo muy valioso: la oportunidad de aprender.

Porque fracasar forma parte de la vida. Nadie llega al éxito sin haber tropezado antes. Nadie aprende sin equivocarse. Y si quieres que tus hijos sean adultos resilientes, capaces de superar los desafíos que se les presenten, tienes que enseñarles que los errores no son enemigos, sino maestros.

Si quieres que tengan autoestima, seguridad en sí mism@s y que sepan afrontar los desafíos de la vida, no puedes enseñarles solo a triunfar, también tienes que enseñarles a fracasar. Porque el fracaso no es el fin del camino. Es parte de él.

¿Cómo puedes hacerlo?

– Deja que se frustren.

Cuando tu hij@ no pueda hacer algo, no caigas en la tentación de facilitárselo enseguida. No corras a solucionárselo todo, sino acompáñalo, anímalo a intentarlo de nuevo, pero no lo hagas por él. La frustración es incómoda, pero también es la chispa del aprendizaje.

– Normaliza el error.

Los niños aprenden por imitación. Si te ve angustiada por cada fallo, si te ve evitando cualquier situación en la que puedas equivocarte, hará lo mismo. En cambio, si ve que te ríes de un error, que aprendes de él y sigues adelante, también aprenderá a hacerlo.

– Habla de tus propios fracasos.

Háblale de tus propios fracasos y de lo que aprendiste de ellos. Que vea que es normal fallar. Cuéntale sobre algo que no te salió como esperabas en el trabajo, en casa o en cualquier aspecto de tu vida, y cómo lo superaste. Cuando vea que los adultos también fallamos y seguimos adelante, entenderá que el error no es algo de lo que haya que avergonzarse.

– Cambia la mirada sobre el esfuerzo.

A veces, sin darnos cuenta, ponemos toda la atención en los resultados. ¡Qué bien, has sacado un 10! o ¡Has ganado el partido, eres la mejor! Pero, ¿qué pasa si el resultado no es el esperado? ¿Significa que su esfuerzo no ha valido la pena? Mejor refuerza el proceso: Te has esforzado mucho en estudiar, eso es lo importanteMe ha encantado verte disfrutar del partido, has jugado con muchas ganas.

– Anímales a probar cosas nuevas.

Salir de la zona de confort da miedo, pero también es donde más se aprende. El miedo al fracaso muchas veces impide que nos atrevamos a hacer cosas nuevas. Si tu hijo aprende desde pequeño que no pasa nada por equivocarse, que lo importante es intentarlo, será un adulto que se lance a nuevas oportunidades sin miedo al error.

Transmíteles que cada intento que no sale como esperaban les enseña algo. Fracasar es aprender y triunfar es seguir intentándolo.

Tus hij@s no necesitan una vida sin dificultades, necesitan herramientas para afrontarlas. Y tú, como madre o padre, puedes darles el regalo de la resiliencia, la perseverancia y la confianza en sí mismos.

Porque enseñarles a fracasar sin miedo, es también enseñarles a triunfar de verdad.

Si a menudo sientes que haces las cosas por ell@s para evitar que se frustren, puedo ayudarte a hacerlo de otra manera. Estaré encantada de acompañarte en este viaje de educar a tus hijos para que aprendan a fracasar y a triunfar: inscríbete a mi curso de 4h Familias en Órbita.

No lo aplaces más, la infancia de tus hij@s pasa volando. Te lo agradecerán siempre.

Un abrazo fuerte,

María