Estoy segura de que has sentido estas dos fuerzas opuestas. Por un lado, el deseo de criar con calma, de ser esa madre que escucha, que respira antes de hablar, que entiende lo que su hijo necesita más allá de la rabieta del momento. Y, por otro, la realidad: el reloj avanzando sin tregua, las prisas del día a día, la sensación de que no llegas a todo.

Y es que, en la crianza, la paciencia parece ser un privilegio reservado para quienes tienen tiempo de sobra. Pero, ¿es realmente así? ¿Solo quienes llevan una vida sin prisas pueden educar desde la calma?

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En realidad, la paciencia no es algo que «se tenga” o “no se tenga”. No es una cualidad mágica que aparece cuando la agenda se vacía o cuando las circunstancias son perfectas. La paciencia es más bien una práctica, una forma de estar presente, una manera de percibir lo que ocurre sin reaccionar de inmediato. A veces, basta con reconocer en voz alta: «Ahora mismo estoy muy cansada y no quiero responder mal. Necesito un momento». No para justificar una reacción impulsiva, sino para frenarla antes de que ocurra.

Quizá el problema no sea la falta de paciencia, sino la forma en la que nos exigimos ser pacientes. Creemos que educar con paciencia significa no perder los nervios nunca, no levantar la voz, responder siempre con serenidad y dulzura. Y cuando fallamos en alguna de esas expectativas, nos sentimos frustradas, culpables, incluso incapaces. Pero, ¿y si la paciencia fuera otra cosa?

¿Qué pasaría si en lugar de ver la paciencia como un objetivo inalcanzable, la viéramos como una oportunidad para reparar? No se trata de ser perfectas, sino de darnos cuenta cuando hemos reaccionado desde la prisa y de aprender a volver a la conexión. A veces, después de un grito o una respuesta apresurada, podemos simplemente sentarnos junto a nuestro hijo y decirle: «No era la forma en la que quería hablarte. Lo siento. Vamos a intentarlo de nuevo».

Educar con paciencia cuando no tienes tiempo no significa que nunca vayas a perder la calma. Significa que, a pesar del ritmo acelerado de la vida, puedes elegir dónde pones tu energía. Que no siempre podrás frenar, pero sí podrás estar presente en los momentos que realmente importan. Que cuando tu hij@ llora sin consuelo y sientes que no puedes más, puedes recordarte: «Veo que estás muy frustrad@. Yo también me siento así a veces. Vamos a respirar juntas».

Y cuando la impaciencia asome y las palabras salgan más duras de lo que quisieras, siempre puedes volver a la conexión: «No me ha gustado cómo te he hablado antes. Te quiero mucho y voy a intentar hacerlo mejor».

Porque la paciencia no es un superpoder. Es una elección que hacemos una y otra vez, en los pequeños instantes que construyen nuestra relación con nuestr@s hij@s. No es fácil, pero es posible.

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Estaré encantada de acompañarte. La Disciplina Positiva te cambiará la vida, ya verás.

Un abrazo fuerte,

María