Es una pregunta que, surfeando en el caos del día a día, (muy) pocas veces nos hacemos. Entre mochilas, cenas, amenazas, lloros, prisas y mil cosas que hacer, no solemos detenernos a pensar en el tipo de huella que estamos dejando. Sin embargo, a veces, merece la pena parar y mirar más allá de los retos del presente. Porque la infancia no es sólo una etapa que pasa… es el lugar desde el que nuestros hijos construirán su mundo interior.
Imagina por un momento a tu hij@ dentro de 20 o 30 años. Cuando ya no seas la voz que le acompaña a cada paso, cuando no estés siempre tan cerca físicamente, cuando ell@s piensen en su infancia… ¿Qué querrías que recordaran de ti?
Tal vez querrías que recordaran una madre divertida, que sonreía y reía mucho. Una madre que sabía escuchar, incluso cuando estaba cansada. Que a veces se equivocaba, pero siempre volvía a intentarlo. Que sabía pedir perdón. Que no buscaba ser perfecta, pero sí presente. Que ponía límites con amor, que acompañaba sin anular, que creía en ellos incluso en los días difíciles.
Y ¿cuántas veces pierdes el tiempo en luchas que no valen la pena? En discusiones por una camiseta, por un juguete, por un “ahora no” o por un “espera un momento”. ¿Cuántas veces el deseo de tener el control, de hacerlo todo bien, de que las cosas salgan como esperabas, te hace olvidarte de lo más importante?
No se trata de no enfadarte nunca. No se trata de dejarles hacer todo o de vivir en un cuento de hadas. Se trata de elegir. De preguntarte, de vez en cuando, por qué cosas realmente merece la pena luchar. Y decidirlas conscientemente. ¿Quiero tener razón o quiero tener vínculo? ¿Quiero que me obedezca o quiero que confíe en mí? ¿Estoy educando desde el miedo o desde el amor? Aprovecha hoy o estos días que seguramente no trabajas para reflexionar sobre esto.
Muchas veces, cambiar la mirada requiere desaprender, reaprender, cuestionar lo que siempre te dijeron. Y no es fácil, pero es ahí donde empieza un nuevo viaje: una forma de educar con más consciencia, más conexión y más sentido.
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Te espero con los brazos abiertos.
Un abrazo fuerte,
María